En manos de un chiflado
ERNESTO S. POMBO · PERIODISTA
El recorrido económico y social que tenemos por delante se presenta repleto de curvas peligrosas, cambios de rasante, obras sin señalizar, piso deslizante, terraplenes a ambos lados y obstáculos ocultos. Es un trazado que nos va a imposibilitar avanzar con la tranquilidad necesaria para salir de esta crisis en la que nos encontramos. Complicará aún más la situación y, lo que es peor, desconocemos el tiempo que se prolongará, si bien sabemos que no se vislumbra un final a medio plazo.
Si alzamos la vista de cara a los próximos meses, no hallamos ni una sola evidencia para insuflarnos algo de optimismo. Veamos solo algunos inconvenientes. La inflación sigue descontrolada y afectando a toda la actividad económica de forma despiadada. El consumo familiar se ha reducido sensiblemente por el alza de los precios. La subida del gas provoca una caída del 15 % en el consumo de hogares y empresas. Los últimos datos de desempleo no son los mejores: aumentó en más de 40.000 personas en agosto, volviendo a superar los 2,9 millones de desocupados. Se avecina una nueva tormenta de parones en las industrias, especialmente en las electrointensivas, y la actividad cae más que durante el confinamiento a causa del precio de la luz y del gas.
En el plano doméstico, los empresarios alertan de que la economía española “se asoma a una importante crisis”. Y así todo. Ni una previsión positiva. Ni una buena noticia. Tampoco en Europa, porque sus gobernantes ya nos adelantan que en invierno pueden producirse cortes y racionamiento de energía en hogares y negocios.
Lo que resulta más preocupante es que las medidas que se adoptan, tanto en el continente como en España, no están siendo efectivas. El Gobierno estatal ha desplegado toda una batería de ayudas, algunas de ellas discriminatorias, selectivas e injustas y, en la misma línea, Europa se debate en qué hacer para contrarrestar la situación. Y vamos a peor.
Pero es que el vértice central no está en lo que españoles y europeos podamos hacer. Desde que el 24 de febrero Vladimir Putin decidiese invadir Ucrania, el mundo baila al ritmo que marca el dictador ruso. Es él quien decide en cada momento cómo van a transcurrir nuestras vidas, con decisiones que le resultan de gran efecto como la última de Gazprom de cortar el suministro de gas a Europa por el gasoducto Nord Stream 1 hasta nuevo aviso. Le enésima suspensión.
Puede que Putin no esté ganando la guerra en suelo ucraniano porque no le vayan las cosas como inicialmente imaginaba, un paseo triunfante. Pero su estrategia comienza a destrozar a Europa, que sigue despistada y sin saber qué hacer. Las sanciones impuestas tras la invasión han tenido una escasísima efectividad. Rusia continuó ingresando cientos de miles de millones de dólares por la venta de petróleo a países europeos. Ahora, nuevamente, los países del G-7, los más ricos, acuerdan limitar el precio del crudo ruso para reducir los ingresos de Moscú, los cuales estaban siendo escandalosos. En todo este tiempo, sin embargo, la economía rusa siguió creciendo.
Empezamos a enterarnos de que la dependencia europea por los combustibles fósiles nos hace terriblemente vulnerables, sin que tengamos una solución a corto plazo. Y en esta pelea estamos solos, porque EE. UU. No acusa graves problemas e, incluso, la guerra le está resultando de gran utilidad en clave interna y externa. Además, se está enriqueciendo con la venta de material militar y las transferencias de recursos desde la UE a Washington. Desde siempre, la obsesión norteamericana fue mantener alejados a Rusia y Europa. Ahora lo están más que nunca.
Realmente, la contrariedad que vivimos es que estamos en manos de un chiflado. De un demente que se ha crecido y que no sabe hasta dónde es capaz de llegar. Y, a este respecto, que los líderes europeos se muestran incapaces de articular una estrategia que permita a los ciudadanos ver el futuro con un mínimo de optimismo. Porque tampoco ellos tienen la clave. La solución radica en un descerebrado que quiere salir airoso de una guerra que, aunque se libra en Ucrania, supone una batalla mundial. Eso logró este chiflado.
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