Los fodechinchos existen y no son solo de Madrid
ERNESTO S. POMBO · PERIODISTA
Ni madrileñofobia, ni hostilidades, ni xenofobia, ni mucho menos odio. Ni tan siquiera ojeriza como vinieron denunciando distinguidos columnistas del corralito mediático madrileño. Son fodechinchos. Y existen. No solo en Madrid, como parece habérseles identificado durante todo el verano. Los hay de Alberique y de Cañete de las Torres. De Albacete y de Bilbao. A lo largo y ancho de España. Son maleducados, irrespetuosos, prepotentes e insolentes. Y también aprovechados. Vaya si existen los fodechincos. Sería absurdo negar su existencia.
La polémica sobre esta camarilla, que se hizo notar este verano más que nunca, no es en balde. Una parte destacada de gallegos se ha levantado contra los comportamientos gamberros y alzado la voz para que se les ponga remedio. Y, como no solo continúan sino que además van en aumento, el rechazo se extendió al turismo en general, lo que no deja de ser tremendamente injusto. Pero, además de la numerosas protestas llevadas a cabo por toda Galicia contra la invasión turística, nadie duda de que la palabra más utilizada este verano ha sido la de fodechinchos.
Porque la decisión de los responsables del bar Puerto Martina de Mera de cerrar el establecimiento durante varias semanas del pasado mes de agosto, hartos de los molestos “tontos de la meseta”, ha hecho aflorar, lo recogió hasta “The Guardian”, un asunto que no por ignorado dejaba de existir. El malestar con comportamientos impropios de quienes eligen Galicia para sus andanzas turísticas. Y que, por ello, se creen amos y señores de este reino, considerándose autorizados para hacer lo que les viene en gana. Entre otras cosas, despreciar ampliamente al nativo, su forma de vida, su cultura y su historia.
Este plumilla, como todos ustedes, ha visto y sufrido los episodios insultantes de los fodechincos. Los que vacían la basura de su autocaravana en un apartamiento de Gadis de Viveiro, a plena luz del dia. Los que roban impresos y sobres de las mesas de las oficinas de Correos. Los que abren el registro del agua de las duchas de las playas cuando la Xunta decretó su cierre. Los que aparcan sus autocaravanas en dunas, jardines y zonas protegidas. Los que siembran calles y plazas de papeles y bolsas de plástico. Los que piden tres vasos para repartirse una consumición. Los que arrasan con la bandeja de pinchos cuando el camarero se despista. Los que se saltan las colas de la compra y luego quieren hacer valerse protestando a gritos. Los que, luciendo un polo de marca y unos zapatos castellanos, roban uvas de los expositores del súper, mientras se hacen los distraídos. Los que “marisquean” en las rías. Los que se llevan como recuerdo veraniego de nuestras playas, conchas y piedras de todo tipo. Los que hay que rescatar porque no respetaron la bandera roja de la playa. Los que entran a una finca particular, bolsa de plástico en mano, y la llenan de patatas. Y hasta los que se comen en Bares una centolla con cuchillo y tenedor.
Todos estos fodechinchos existen. Doy fe. Y muchos más. También lo son los que pintan la Plaza del Obradoiro, los que roban piedras de As Catedrais y los que se suben por las paredes del castro de Baroña. O los que levantan su dormitorio en las escaleras de las Platerías de Compostela. Entre otras estupideces. Que son los mismos que se cabrean porque no se quite la niebla de la Torre de Hércules y porque no se enseñen modales a las gaviotas de las Cíes. Y que protestan porque el agua del mar está demasiado fría para ellos.
Los fodechinchos son los ignorantes que muestran los peores comportamientos aprovechando que, como dicen algunos, nosotros nos vamos y ahí se quedan, catetos y pueblerinos. Hay quien sostiene que estos procederes tienen su origen en la exquisitez, cortesía y hasta servilismo con el que los tratamos durante décadas. Encantados de que vinieran a visitarnos.
Todos somos turistas. Pero no fodechincos. Que quede claro.
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